«El caso es que don Pedro lo tenía claro, como en la informática, donde todo es más fácil, sólo hay dos valores, en binario, los ceros y los unos. Don Pedro dijo que ceros… pero en mi cabeza, sólo había unos.»

Cuando estaba en el campo, lo mejor de todo eran los amaneceres… Siempre me han fascinado los amaneceres y las puestas de sol.

Empezábamos temprano; la época del ajo y la cebolla, los días amanecían pronto y con calor… cuando tocaba la vendimia o el azafrán, las mañanas eran frías, a veces húmedas y, cuando llovía, no se podía trabajar ese día, porque la tierra mojada hacía impracticable poder moverte con soltura por entre el terreno y cargar en el remolque lo que fuera que recolectásemos.

Luego con el transcurso del día, con el esfuerzo acumulado, el cansancio, el peso de los capachos al descargar cada vez que se llenan, y los vacías, y se llenan otra vez, y los vacías, y otra vez… te venía el bajón, me empezaban a doler los riñones, y pensaba…

Pensaba cuánta gente tiene en su vida pocas más alternativas o posibilidades de ganar el pan para su familia que el campo y, pensaba en lo privilegiado que era porque, en mi caso, era solamente algo temporal, algo para sacarme un dinero para pagar los estudios y molestar lo menos posible a la economía familiar que ya tenía bastante con sacar adelante a 4 mozalbetes, y a mi madre con el sueldo de albañil de papá.

Empecé a trabajar con mi padre, cuando aún era un niño y estaba en el colegio. Antes era así. Mis hermanos empezaron ayudando en la huerta mucho antes que yo; mi privilegio, ser el guarín, el más pequeño… retrasó esto a los doce o trece años. En las temporadas del campo, pues allí pasábamos unas semanas recogiendo ajos o cebollas, o en la vendimia, o ayudando a padre recogiendo el azafrán…

Todo aquello siempre me ha servido de guía, de brújula, como referencia… ¡Estudia Miguel, déjate de gilipolleces de trabajar y aprovecha hasta donde seas capaz de llegar!

Una jornada de trabajo en los ajos eran mil pesetas, unos 6€ de hoy. Eso ganaba cada día en el campo en 1989, con 15 años, empezando el instituto. Usé aquel dinero que gané en el campo para comprar mi primera calculadora científica… -que, por cierto, aún conservo, una Casio FX-180p, programable, que me costó cuatro días recogiendo ajos.

Así se medían entonces las cosas, cuando era un ñaco barbilampiño, un adolescente sin videoconsolas, ni móviles ni ordenador, y en la tele, sólo dos canales, la primera y la segunda.

¡Oh!

Cuando eres así, un crío, un niñato… no sueles pensar mucho en el futuro, o en qué quieres hacer, no tienes referencias. ¡Astronauta o Bombero!  

—Ya sabes. 

Hoy en día te puedes plantear la profesión del presente y del futuro, la informática, pero entonces no. 

Aquello, lo de la informática, estaba empezando, como siempre, en Estados Unidos. Aquí entraba con fuerza en las grandes ciudades, en la Universidad, pero no era como ahora. 

El que más suerte tenía (o que sus padres se lo podían permitir), empezaba con los primeros videojuegos, Atari, Amstrad o alguna de las primeras versiones de Nintendo. Y los juegos se cargaban en cintas de casete. 

Pero todavía era algo como de ciencia-ficción para la gente más humilde.

Yo a penas jugué alguna vez en el Amstrad de mi vecino Pedro. 

Mucha gente piensa que no vale para esto, o para lo otro.

Yo tenía todos los boletos para pensar que no valía para estudiar.

Incluso mi tutor en primaria —antes se llamaba Enseñanza General Básica, o E.G.B. y terminaba en 8º curso, con unos 14 años—, don Pedro, lo tenía claro.  

Pues eso, mi tutor, Don Pedro, con su Ducados en la mano (antes era así), entre calada y calada, en la sala de la tutoría, le dijo a mi madre… allá por junio de 1988… 

Señora, su hijo no sirve para estudiar.

—Búsquele algo práctico, una Formación Profesional; que aprenda un oficio, en la hostelería, o de mecánico en un taller o como sus hermanos en el mundo del frío industrial, y las instalaciones de refrigeración. 

Bueno, no sé por qué razón hay gente que hace caso, y hay otra gente que no.

Con 14 años en 1988, ya ves lo que podía tener un zagal como yo… no sé cuánto de claridad (seguramente poca) y cuánto de ignorancia (seguramente mucha) … 

El caso es que don Pedro lo tenía claro, como en la informática, donde todo es más fácil, sólo hay dos valores, en binario (que es el lenguaje más básico de los ordenadores), los ceros y los unos.  

Don Pedro dijo que ceros…  pero en mi cabeza, sólo había unos.  

Y a mi incertidumbre de 14 años, ayudaba la sensatez de mi hermano, cuya voz puedo escuchar todavía, atravesando el aire de aquel caluroso día del verano de 1988  

—déjate de gilipolleces y estudia Miguel… ¡estudia que para trabajar siempre tendrás tiempo!

Ceros y unos, unos y ceros… ¿Y yo?  

Pues «yo elegí unos», para qué nos vamos a andar con tonterías. 

Y este es mi blog, vendimiando ceros y unos.

¡A pasar un buen día!

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